jueves, 17 de noviembre de 2011

Novela online. La mujer que refleja el agua. Parte 2


Segunda entrega de la novela online de lectura libre escrita por Melina Vázquez Delgado.


La mujer que refleja el agua.
©Melina Vázquez Delgado.

Capítulo 2.
La voz de la imaginación

Arcadia se despertó con el fuerte olor a moho azotando sus fosas nasales. Pese a que aun estaba aturdida por los golpes y la extraña droga que sus captores le habían hecho inhalar, recordaba todo perfectamente.
Habían entrado en su aldea a hurtadillas aprovechando el cobijo de la noche. Se habían abierto paso hasta el pequeño lago sur donde tenía la costumbre de acudir cuando las sombras camuflaban sus pasos, y allí la habían raptado sin miramientos. Aquella precisión le indicaba que previamente habían estudiado sus movimientos, puesto que no causaron daño alguno a nadie más ni se interesaron en otros objetivos. Pero ¿Por qué a ella, una simple huérfana sin título o posesiones… sin nada en especial? —Se preguntaba desconcertada.
Entonces decidió dejar se cuestionarse los porqués y de lamentarse por su mala suerte. Ya habría tiempo para todo eso más tarde… o quizás no. Fuese como fuese, su prioridad estaba en el presente, en aquel calabozo al que apenas llegaba un tímido rayo de luz a través de una rendija en el techo. Comprobó con pesar como sus brazos estaban encadenados a la pared con grilletes de exagerado grosor teniendo en cuenta su complexión delgada y débil. La cadena estaba soldada al muro de piedra un metro por encima de su cabeza, lo que le imposibilitaba moverse o siquiera sentarse. Todavía estaba muy cansada y dolorida.
Entonces recordó las palabras de sus secuestradores: «Nuestra captura es tan peligrosa como inocente su apariencia». Sin duda la habían confundido con alguien… ¿peligrosa ella, que era el hazmerreir de su aldea porque no era capaz de levantar ni una horca de paja, ni de aplastar a una mosca?
Volvió a tirar de las cadenas con más fuerza, pero solo consiguió hacerse daño en las muñecas. 
—¡Peligrosa yo! —Sollozó Arcadia—. ¿Están todos locos o qué? —Gritó con todas sus fuerzas.
Solo las penumbras tuvieron el valor de contestarle en los muros de Gerión.
—Si estás aquí es porque lo eres, no hay error posible.
Arcadia tragó saliva. La misteriosa voz le dejó sin aliento. En la oscuridad casi absoluta de la celda creyó divisar el ligero movimiento de una sombra cercana.
—¿Qui… quien eres? —Tartamudeó muerta de miedo.
—Solo lo que ves, que no es nada. Quizás un alma en pena… o puede que simplemente la voz de tu imaginación desesperada.
Arcadia no estaba de humor para acertijos. La voz era profunda y grave, llena de misterio, y sumada a la silueta que revelaba la escasa luz intuía que provenía de un hombre alto y peligroso. La única ventaja que podría aportarle tal penumbra era la de disimular su propio miedo, pero su lengua se empeñaba en tartamudear tres de cada cuatro palabras que pronunciaba. 
—Dime al menos si eres otro preso… o un guardián.
—Preso o guardián. Aquí no existe gran diferencia entre ambos. 
—Yo diría que sí —Replicó Arcadia agitando las cadenas para hacerlas sonar.
—En Gerión todos somos esclavos de su maldición, aunque  algunos vagan libremente y otros permanecen retenidos por cadenas. En cambio yo permanezco aquí seis de cada siete días a causa de mi promesa.
—Tú eres mi carcelero.
—Esa fue mi asignación en cuanto traspasaste la muralla. Sin embargo, solo soy otro prisionero más. Un prisionero que se gana su derecho a seguir vivo accediendo a custodiar a otros condenados.
Arcadia no entendía nada. La silueta se desplazó hasta el muro que tenía en frente, donde destapó con gran facilidad lo que parecía una ventana. En cuanto la luz cegó a la joven el hombre soltó un gigantesco pedrusco en el suelo, provocando que la torre se estremeciese.
Vestía completamente de negro, y el cuello de su cazadora le cubría la cara hasta la nariz. Sus cabellos eran largos y oscuros y su piel tan blanca que parecía que jamás se había expuesto al sol. Pero lo que más le llamó a Arcadia la atención fueron sus gigantescos ojos verdes puestos en ella con tal calidez que parecían capaces de hacer que amaneciese. Por un instante se olvidó de todo lo que no tuviese que ver con aquel extraño, incluso de sí misma y su situación.
—Observa, Arcadia —Indicó señalando hacia el hueco en la pared.
La joven se sobresaltó al oír su nombre de labios de aquel extraño capaz de arrebatarle sus sentidos con una palabra o su simple mirada. Finalmente observó el cielo tras la ventana, comprobando que el día estaba gris y nublado y la lluvia azotaba sin piedad. Desde su celda podía verse la muralla y el puente, y fue precisamente allí donde llevó su vista. Sobre la pasarela de piedra caminaba una figura tan delgaducha que no parecía llevar carne alguna sobre los huesos. Su ropa consistía en harapos desgastados tan mustios como el tiempo, agitados por el fuerte viento que azotaba especialmente sobre el puente, el lugar al que se dirigía.
—Si esto es una prisión, y sin duda él es un preso… ¿Por qué nadie le detiene?
El hombre no contestó con palabras, solo observaba con melancolía la marcha del preso, que no corría, pues nadie le perseguía. Sus pasos más parecían presagiar un adiós que su huida. Cuando traspasó medio puente, el viento aún se agitó con más fuerza, y una a una fue llevándose consigo cada partícula de aquel infeliz, como si fuese un hombre de arena. Cuando el ciclón que se formó en medio de la pasarela se disolvió ya no quedaba nada.
Arcadia se estremeció. ¿Qué mejor aliciente había para impedir cualquier intento de fuga que una visión como aquella? 


Sigue leyendo en:  

1 comentario:

  1. excelenteeeee¡¡¡¡¡¡¡ te Felisitooooooo segis sorprendiendome con tus grandes logros ñ.ñ sigi asi amiga ñ.ñ

    ResponderEliminar