miércoles, 15 de febrero de 2012

Julio F. del Toro - Invierno

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Invierno. 

Un relato de nuestro colaborador   
Julio F. del Toro.


El día en que mamá murió fue una triste tarde de diciembre, en el momento en el que la lluvia menguara después de varios días de llovizna. Yo era aún un niño y no comprendí hasta el momento de su sepultura, que ella no volvería más con nosotros. Recuerdo estar con mi padre orando silenciosamente, y mientras mamá era bajada hasta el fondo de la tierra, susurré a mi padre una pregunta que sería respondida con un fuerte abrazo y un largo sollozo. La pregunta era: “¿Dónde está ahora mamá?”.
Jamás olvidé los días siguientes a su muerte, era como si la tierra fuese perturbada, y el viento me condujera a lugares ocultos. Mi lugar favorito entre ellos, fue un gran árbol cuyos brazos se desprendían en infinidad de ramas sin un follaje propio que lo cubriera, su forma esquelética y sin vida, de alguna forma me atrapaba en ese vulnerable aspecto que me recordaba a mí mismo, y también en ocasiones, a mi propia madre.
Pasaron los días y yo seguía regresando al mismo sitio, observando a detalle cada parte del árbol; sus raíces fuertemente arraigadas a la tierra, la dureza de su tronco, las cuantiosas ramificaciones retorcidas a su voluntad, si aquello era un árbol muerto, ¿Por qué seguía ahí? Aún cuando todo su verdor lo hubo abandonado.
Continué observándolo por todo un mes más, hasta que, un día, encontré entre la rama más alta una incipiente hoja que brotaba con timidez. Quedé atónito al descubrirlo, ¿cómo había pasado?, tal vez en esa edad no conocía como actuaba la naturaleza, pero habría jurado que el árbol no viviría más. Más tarde descubrí que era la primera señal del inicio de primavera, y lo que seguiría me dejaría boquiabierto. Cada día iba hallando nuevas hojas, que a su vez, empezaron a poblar los huesudos brazos del árbol. Algo estaba cambiando en el ambiente, algo que daba vida a toda la tierra.
Una mañana inesperada, después de una noche de lluvia, salí a observar qué era del árbol. Al llegar, no contuve el llanto al vislumbrar la hermosura a la que había sido convertido; las flores habían abierto sus pétalos celestes, el follaje era abundante, y mientras las aves se acercaban curiosas al árbol revivido, no pude evitar pensar una vez más en mi madre.

Posiblemente ella también, en algún lugar, volvería a florecer.

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