El sobrino.
El día iba de mal en peor. El letrado había perdido el juicio en los tribunales, y en su cordura al aceptar el puesto de niñero.
El bufete estaba lleno de juguetes, más que un despacho parecía un kindergarten. Su sobrino, que era bien avispado, aprendió a decir «abogado» antes que a pronunciar «mama», y a leer fijándose concienzudamente en los papeles amontonados sobre las mesas de trabajo.
Cual mascota de la oficina, el inquieto niño absorbía como una esponja cuanta información llegaba a sus dispuestos oídos. Era por ello que la agencia de detectives del edificio se alegraba tanto de sus visitas subrepticias. Invitándole a galletitas azucaradas conseguían que el niño les relatase sus aventuras en el bufete. Su historia preferida tenía que ver con el armario de la sala de juntas donde se escondía a menudo. Gracias a su prodigioso cerebro superdotado podía repetir hábilmente el conjunto de palabras retenidas… incluso aquellas que no llegaba a comprender.
Aquel año el bufete de su tío quebró…
Melina Vázquez Delgado
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