miércoles, 22 de febrero de 2012

El aullido de los corderos. Microrelato.


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El lobo se internó entre la espesura para evitar ser señalado por la luna llena que colmaba el cielo estrellado. Su instinto bien desarrollado le decía que no era una buena noche para cazar sin ser visto, pero primero solía guiarse por su imperante necesidad de carne, y aquellos corderos adormilados en el valle le estaban pidiendo a gritos que les hincase el diente. Lo cierto es que llevaba acosándoles durante un mes completo a través de los montes, 30 días con sus necesidades de carne cubiertas al caer la noche, y su estómago lleno durante sus siestas bajo el sol. Estaba muy cómodo, así que pensaba darse la gran vida hasta que el último de aquellos infelices herbívoros hubiese recorrido sus entrañas.

Confiado en su superioridad y la maña de la costumbre, el lobo echó a correr cuando tuvo a los corderos a tiro, abalanzándose ferozmente sobre el primero que se puso bajo sus dientes. 

Entonces se hizo el silencio en el valle: la manada salió huyendo en estampida mientras que el lobo caía muerto al suelo, con su pelaje negro brillando bajo la luz de la burlona luna, que fue envolviéndolo entre haces de luz hasta hacer desaparecer al cánido y restaurar el cuerpo humano que antes de la maldición le había pertenecido.

El cordero aulló a la luz de la luna, aun sediento de sangre. El lobo era demasiado confiado, pero su mayor error había sido dejarle escapar con vida durante la cacería de la última luna llena. 



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