domingo, 20 de noviembre de 2011

Cuando el lobo aprendió a leer. Relato moraleja.





       —Cándida piara de lechones.

       Los tres cerditos dejaron sus bailes de victoria en cuanto oyeron al lobo reír con autosuficiencia. El cánido aguardaba fuera. Sostenía un libro de fábulas entre sus zarpas, y bajo sus pies, había una montaña de gruesos tomos.

       Esta vez no caeré en vuestras trampas —Sonrió mientras señalaba una de las páginas del libro—. Me dislocaré el hombro tratando de derribar la puerta, y me abrasaréis cuando descienda por la chimenea. Es bien sabido que Troya no fue tomada por la fuerza, sino con paciencia e ingenio. Esta vez, haré lo que todo buen conquistador: esperar. 

       Los cerditos temblaron ante la agudeza del depredador, bien conscientes de que la fuerza, por si sola puede ser burlada, pero difícilmente cuando va unida a la inteligencia. Se había vuelto realmente peligroso: su avidez por la carne había sido auto domada bajo látigos de tinta; su mente se expandía más allá de cazar, comer y dormir. Ahora que leía, no solo era lobo, también era inteligente.

       El cazador aguardó pacientemente, leyendo libros de historia para matar el tiempo, y manuales culinarios para consolar su hambre. Sobrevivió alimentándose de pequeñas alimañas distraídas, bien consciente del banquete que le aguardaba como pago a su perseverancia. 

       Los cerditos finalmente se quedaron sin provisiones, y el tiempo transformó los salvadores muros de ladrillo en traicioneros barrotes de cárcel. El fuego de la chimenea se extinguió, y el lobo descendió triunfal hasta su premio. Había ganado.

       Desde ese día, el pánico cundió entre los personajes inanimados, así como el afán de lectura entre los villanos. Por eso surgió la moraleja: “Cuando el lobo aprendió a leer, los animales dejaron de escribir fábulas”.


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