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Alas de seda.
Se
había pasado la vida soñando con surcar los cielos. Solía fantasear en presencia de sus semejantes
sobre el día en que le saldrían un par de coloridas alas y con ellas se
elevaría lejos de su charca, lejos de las críticas a sus pretensiones, lejos de
todos aquellos que se habían burlado de sus fantasías.
Tenía
la cabeza llena de pájaros desde el día en que, aun siendo un renacuajo, había
visto tornar un gusano en mariposa tras pender cabeza abajo hasta abrirse su
capullo de seda. Y rememorando aquel episodio de sus recuerdos, el iluso batracio
finalmente pidió a la araña que vivía en lo más alto del árbol que sombreaba su
charca, que lo envolviera en seda hasta dejarle colgando cabeza abajo de una de
las ramas. Y una vez que estuvo completamente inmovilizado, el anfibio durmió
durante varios días en espera de su renacer, alimentándose de sueños de gloria
en los que se remontaba hasta el cielo infinito y por fin descubría de que
estaban compuestas las nubes.
Cuando
abrió los ojos sobrevolaba los cielos, como tantas veces había soñado. Sintió
el viento en su cara, la humedad del vapor de nubes, la sensación más plena de
victoria. Tal era su euforia ante su sueño cumplido, que no se dio cuenta de lo
débil que estaba ni siquiera cuando el águila imperial que lo sostenía le dejó
caer desde las alturas directamente hacia el nido de sus polluelos.
buscamos a veces tanto un sueño casi inalcanzable que olvidamos nuestra realidad diaria,lo que para unos es soñar utopias para otros...un sueño convertido en realidad seria poder vivir otro dia mas.
ResponderEliminarUn buen resumen de la moraleja que quería transmitir. Un abrazo.
ResponderEliminarquien es el autor??
ResponderEliminarMelina Vázquez Delgado
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